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MORT DE ROLAND
Ja sent Roland que la mort a prop té;
per les orelles li surt fora el cervell.
Prega pels pars, que Déu els cridi amb ell;
després per ell a l'àngel Gabriel.
Pren l'olifant per no rebre retrets
i Durandall amb l'altra mà sosté;
i, on amb ballesta pot hom llançar un cairell,
devers Espanya se'n va cap a un guaret;
puja a un tossal: sota dos arbres bells,
hi ha quatre grades de marbre ben lluents.
A l'herba verda d'esquena cau estès
i s'hi desmaia, car la mort a prop té.
Alts són els puigs i són molt alts els arbres;
hi ha, ben lluents, quatre esglaons de marbre.
Roland, el comte, sobre l'herba es desmaia.
Un sarraí molt fixament l'aguaita,
i fent-se el mort es tomba enmig dels altres.
Amb sang s'embruta el seu cos i la cara;
es posa dret i a córrer força arranca.
Bell era i fort i de molt gran coratge;
pel seu orgull li va entrar mortal ràbia.
Prengué Roland, el seu cos i les armes.
«Ja és vençut -digué- el nebot de Carles.
Aquesta espasa m'emportaré a Aràbia.»
Ho nota el comte un poc en estirar-la-hi.
Quant sent Roland que l'espasa li tol,
obrint els ulls li ha dit aquests mots:
«Al meu entendre, dels nostres, vós no en sou»
Pren l'olifant, que mai perdre no vol,
li colpeix l'elm, que era gemmat amb or,
i li fractura l'acer, la testa i l'os;
fora del cap li expulsa els ulls, tots dos,
i ben arran dels seus peus l'abat mort.
«Malvat pagà! ¿Com goses -diu llavors-
tocar-me a mi, tenint raó o no?
Tothom qui ho senti et prendrà per un foll.
Se m'ha obert l'olifant pel forat gros,
li han caigut tots els cristalls i l'or.»
Ja sent Roland que la vista ha perduda;
es posa dret, hi met tota sa punya.
La seva cara té la color perduda.
Al seu davant, hi té una pedra bruna;
deu cops hi dóna amb dolor i amb rancúnia;
hi cruix l'acer, no es trenca ni s'esmussa.
«Ai! -diu el comte- Santa Maria ajuda'm!
Durandall bona, quina malaventura!
Quan hagi mort no us podré tenir en cura.
Tantes batalles campals portem vençudes
I tantes terres extenses obtingudes,
Que són del rei de la barba canuda.
Mai sigueu d'home que defugi la lluita!
Un bon vassall llarg temps us ha tinguda;
jamai com vós a França n'hi haurà una.»

EL CID (FRAGMENTS) 1.
Por sus ojos mío Cid va tristemente llorando,
volvía atrás la cabeza y se quedaba mirándolos.
Miró las puertas abiertas, los postigos sin candados,
las alcándaras vacías, sin pellizones ni mantos,
sin los halcones de caza ni los azores mudados.
2.
Ya aguijaban los caballos, ya les soltaban las riendas.
Cuando de Vivar salieron, vieron la corneja diestra,
y cuando entraron en Burgos, la vieron a la siniestra.
Movió mío Cid los hombros y sacudió la cabeza.
“¡Albricias, dijo Álvar Fáñez, que de Castilla nos echan
mas a gran honra algún día tornaremos a esta tierra!”
3.
Mío Cid Rodrigo Díaz en Burgos la villa entró;
hasta sesenta pendones llevaba el Campeador
salían a verle todos, la mujer como el varón;
a las ventanas la gente burgalesa se asomó
con lágrimas en los ojos, ¡que tal era su dolor!
Todas las bocas honradas decían esta razón:
“¡Oh Dios, y que buen vasallo, si tuviese buen señor!”
4.
De grado le albergarían, mas ninguno se arriesgaba
que el rey don Alfonso al Cid le tenía grande saña.
La noche anterior, a Burgos la real carta llegaba
con severas prevenciones y fuertemente sellada:
que a mío Cid Ruy Díaz nadie le diese posada,
y si alguno se la diese supiera qué le esperaba:
que perdería sus bienes y los ojos de la cara,
y además perdería salvación de cuerpo y alma.
Gran dolor tenían todas aquellas gentes cristianas;
se escondían de mío Cid, no osaban decirle nada.
El Campeador, entonces, se dirigió a su posada;
así que llegó a la puerta, encontrósela cerrada;
por temor al rey Alfonso acordaron cerrarla,
tal que si no la rompiesen, no se abriría por nada.
Los que van con mío Cid con grandes voces llamaban,
mas los que dentro vivían no respondían palabra;
Aguijó, entonces, mío Cid, hasta la puerta llegaba;
sacó el pie de la estribera y en la puerta golpeaba,
mas no se abría la puerta que estaba muy bien cerrada.
Una niña de nueve años frente a mío Cid se para:
“Cid Campeador, que en buena hora ceñiste la espada,
sabed que el rey lo ha vedado, anoche llegó su carta
con severas prevenciones y fuertemente sellada.
No nos atrevemos a daros asilo por nada,
porque si no, perderíamos nuestras haciendas y casas,
y hasta podría costarnos los ojos de nuestras caras
¡Oh buen Cid!, en nuestro mal no habíais de ganar nada;
que el Creador os proteja, Cid, con sus virtudes santas.”
Esto la niña le dijo y se volvió hacia su casa.
ya vio el Cid que de su rey no podía esperar gracia.
partió de la puerta, entonces, por la ciudad aguijaba;
llega hasta Santa María, y a su puerta descabalga;
las rodillas hincó en tierra y de corazón rezaba.
Cuando acaba su oración, de nueva mío Cid cabalga;
salió luego por la puerta y el río Arlanzón cruzaba.
Junto a Burgos, esa villa, en el arenal acampa;
manda colocar la tienda y luego allí descabalga.
Mío Cid Rodrigo Díaz, que en buen hora ciñó espada,
en el arenal posó, nadie le acogió en su casa;
pero en torno de él hay mucha gente que le acompañaba.
Así acampó mío Cid, como si fuese en montaña.
También ha vedado el rey que en Burgos le vendan nada
de todas aquellas cosas que puedan ser de vianda:
nadie osaría venderle ni aún una dinerada.
5.
El buen Martín Antolínez, el burgalés más cumplido,
a mío Cid y a los suyos les provee de pan y vino:
no lo compró, porque era de cuanto llevó consigo;
así de todo condumio bien los hubo abastecido.
Agradeció mío Cid, el Campeador cumplido,
y a todos los otros que van del Cid a su servicio.
Habló Martín Antolínez, oiréis lo que hubo dicho.
“¡Oh mío Cid Campeador, en buena hora nacido!
Esta noche reposaremos para emprender el camino,
porque acusado seré de lo que a vos he servido,
y en la cólera del rey Alfonso estaré incluido.
Si con vos logro escapar de esta tierra sano y vivo,
el rey, más pronto o más tarde, me ha de querer como amigo;
si no, cuanto deje aquí no me ha de importar ni un higo.”
6.
Habló entonces mío Cid, que en buena hora ciñó espada:
“¡Martín Antolínez, vos que tenéis ardida lanza,
si yo vivo, he de doblaros, mientras pueda, la soldada!
Gastado ya, tengo ahora todo mi oro y mi plata;
bien lo veis, buen caballero, que ya no me queda nada;
necesidad de ello tengo para quienes me acompañan;
a la fuerza he de buscarlo si a buenas no logro nada...”

ROMANCE DEL CONDE SOL (anònim)
Grandes guerras se publican
en la tierra y en el mar
y al conde Sol le nombraron
por capitán general.
La condesa, como es niña,
no hacía sino llorar :
acaban de ser casados
y se tienen que apartar
-¿Cuántos días, cuántos meses,
piensas estar por allá ?
-Deja los meses, condesa,
por años debes contar ;
si a los tres años no vuelvo,
viuda te puedes llamar.
Pasan los tres y los cuatro,
pasan seis y pasan más,
y el conde Sol no volvía,
ni nuevas suyas fue a dar ;
ojos de la condesita
no dejaban de llorar.
Un día estando a la mesa,
su padre la empieza a hablar :
-Deja el llanto, condesita,
nueva vida tomarás ;
condes y duques te piden,
te debes, hija, casar.
-Carta en mi corazón tengo
de que el conde vivo está ;
no lo quiera Dios del cielo
que yo me vuelva a casar.
Dadme licencia, mi padre,
para salirle a encontrar.

La licencia tienes, hija,
mi bendición jamás.
Se retiró a su aposento,
llora que te llorarás ;
se quitó medias de seda,
de lana las fue a calzar ;
dejó zapatos de raso,
los puso de cordobán,
un brial de seda verde
que valía una ciudad,
y encima del brial puso
un hábito de sayal.
Esportilla de romera
sobre el hombro se echó atrás,
cogió el bordón en la mano
y se fue a peregrinar.
Anduvo siete reinados,
morería y cristiandad ;
anduvo por mar y tierra,
no puede al conde encontrar.
Cansada va la romera
que ya no puede andar más ;
subió a un puerto, miró a un valle,
un castillo vio asomar.
-Si aquel castillo es de moros,
allí me cautivarán ;
mas si es de buenos cristianos,
ellos me han de remediar.
Y bajando unos pinares,
gran vacada fue a encontrar.
-Vaquerito, vaquerito,
por la Santa Trinidad,
que me niegues la mentira
y me digas la verdad :
¿de quién llevas tantas vacas
de un mismo hierro y señal ?
-Del conde Sol son, señora,
que en aquel castillo está.
_Vaquerito, vaquerito,
por la Santa Trinidad,
si el conde Sol es tu amo,
más te quiero preguntar :
¿cómo vive por acá ?
-De la guerra llegó rico,
mañana se va a casar ;
ya están muertas las gallinas,
ya está amasado el pan ;
muchas gentes convidadas
de lejos llegando van.
-Vaquerito, vaquerito,
por la Santa Trinidad,
por el camino más corto
 me has de encaminar allá.
Jornada de todo un día
en medio la hubo de andar;
llegado ha frente al castillo,
al conde Sol fue a encontrar,
y arriba vio estar la novia
en un alto ventanal.
-Dame limosna, buen conde,
por Dios y su caridad.
-¡Oh qué ojos de romera,
en mi vida los vi tal !
-Sí los habrás visto, conde,
si en Sevilla estado has.
-¿La romera es de Sevilla ?
¿Qué se cuenta por allá ?
-Del conde Sol, mi señor,
poco bien y mucho mal.
Echó la mano al bolsillo,
un real de plata le da.
-Para tan grande señor
poca cosa es un real.
-Pues pide la romerica,
que lo que pida tendrá.
-Yo pido este anillo de oro
que en tu dedo chico está.
Abrióse de arriba abajo
el hábito de sayal.
-No me conoces, buen conde ?
Mira si conocerás
el brial de seda verde
que me diste al desposar.
Al mirarla en aquel traje,
cayóse el conde hacia atrás ;
ni con agua ni con vino
no lo pueden recordar,
si no es con palabras dulces
que la romera le da.
La novia bajó llorando,
al ver al conde mortal,
y abrazado a la romera
se lo ha venido a encontrar.
-Malas mañas sacas, conde
no las podrás olvidar...
Mal haya la romerica,
quién te trajo por acá.
-No la maldiga ninguno
que es mi mujer natural,
con ella vuelvo a mi tierra :
adiós señores quedad ;
que los amores primeros
son muy malos de olvidar.
Quédese con Dios la novia,
vestidica y sin casar,
que quien de lo ajeno viste
desnudo suele quedar.

CUARTO ROMANCE DEL CID
Cabalga Diego Laínez          
al buen rey besar la mano,
consigo se los llevaba           
los trescientos hijosdalgo ;
entre ellos iba Rodrigo
el soberbio castellano.          
Todos cabalgan en mula,
sólo Rodrigo a caballo ;
todos visten oro y seda,
Rodrigo va bien armado ;
todos guantes olorosos,
Rodrigo guante mallado ;
todos con sendas varicas,
Rodrigo estoque dorado ;
todos sombreros muy ricos,
Rodrigo casco afinado,
y encima del casco lleva
un bonete colorado.
Andando por su camino
unos con otros hablando
allegados son a Burgos,
con el rey han encontrado.
Los que vienen con el rey
entre sí van razonando ;
unos lo dicen de quedo,
otros lo van publicando :
Aquí viene entre esta gente
quien mató al conde Lozano.
Cono lo oyera Rodrigo
en hito los ha mirado :
Si hay alguno entre vosotros,
su pariente o adeudado,
que le pese de su muerte,
salga luego a demandallo ;
yo se lo defenderé,
quiera a pie, quiera a caballo,
Todos dicen para sí
-Que te lo demande el diablo.
Se apean los de Vivar
para al rey besar la mano ;
Rodrigo se queda solo
encima de su caballo.
Entonces habló su padre,
bien oiréis lo que le ha hablado :
- Apeaos vos, mi hijo,
besaréis al rey la mano,
porque él es vuestro señor,
vos, hijo, sois su vasallo.
- Si otro me dijera eso
Ya me lo hubiera pagado,
mas por mandarlo vos, padre,
lo haré, aunque no de buen grado.
Ya se apeaba Rodrigo
para al rey besar la mano ;
al hincar de la rodilla
el estoque se ha arrancado.
Espantóse de esto el rey
y dijo como turbado :
-¡Quítate, Rodrigo, allá,
Quita, quítate allá, diablo,
que el gesto tienes de hombre
los hechos de león bravo !
Como Rodrigo esto oyó
apriesa pide el caballo
con una voz alterada
contra el rey así ha hablado :
Por besar mano de rey
no me tengo por honrado ;
porque la besó mi padre
me tengo por afrentado.
En diciendo estas palabras
salido se ha de palacio ;
consigo se los tornaba
los trescientos hijosdalgo.
Si bien vinieron vestidos,
volvieron mejor armados,
y si vinieron en mulas,
todos vuelven en caballos.

ROMANCE DEL PRISIONERO (anònim)
Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.